Pandemia y pospandemia: amenazas, esperanzas y adaptación
Dr. Juan Oyarzo Pérez
Rector Universidad de Magallanes
Comenzando este nuevo año académico, el panorama al que nos enfrentamos resulta complejo. En un contexto de crisis social, ambiental y sanitaria, amenaza y esperanza conviven con diversas intensidades y configuran una paradoja que nos permite también observar, no sólo el momento inmediato, sino también lo que ha sido y lo que podemos esperar que suceda en el futuro, si aprendemos nuestras lecciones de lo vivido durante este último año.
Podemos decir que 2020 estuvo marcado y conducido, en sus connotaciones más urgentes, por la palabra adaptación. Aunque en una primera mirada costara dimensionar el impacto de lo que venía, muy pronto comenzamos a vivir los efectos de la pandemia en todos los niveles de nuestro quehacer. Mientras asumíamos la migración de clases presenciales al uso de tecnologías y al desarrollo de plataformas, herramientas, capacitación y metodologías para dar continuidad a las clases en modalidad virtual, las desigualdades tan propias de nuestras sociedades volvían a manifestarse, crudamente, en las diferentes esferas del proceso.
Sin embargo, estudiantes, académicos, investigadores, profesionales y funcionarios, pudimos llevar adelante un año que, no exento de serios problemas, nos permitió entender que en momentos fundamentales como éstos, solo la colaboración y la perseverancia en la búsqueda del bien común, pueden conducir a enfrentar las circunstancias.
En ese contexto, pronto entendimos también no sólo la relevancia de dar continuidad a nuestras labores habituales sino, además, de conducir nuestras acciones en un compromiso ampliado y urgente con nuestras comunidades. Así, medios y redes de nuestra universidad se abocaron a informar y a generar actividades y contenidos de apoyo que fomentaran la salud física, el pensamiento y la cultura. Y, entre varias otras iniciativas, hubo una que resultó fundamental: nuestro Centro Asistencial Docente e Investigación (CADI-UMAG) que, a meses de ser inaugurado, se transformó en uno de los seis primeros laboratorios del país dedicados a analizar muestras de PCR, e investigar en torno a la propagación del Covid-19 en Magallanes, lo que contribuyó, significativamente, al manejo de la pandemia en la Región.
Ésas y otras experiencias nos permiten mirar con esperanza en este 2021 y actuar en consecuencia. Aunque continuaremos las clases en modalidad virtual durante el primer semestre, combinándolas con prácticas e internados resguardados, iremos evaluando el retorno a la presencialidad cuando las condiciones sanitarias lo permitan, teniendo en cuenta la salud y la seguridad de quienes integran la comunidad universitaria.
Lo que nos queda como gran lección es seguir observando el camino del bienestar colectivo y la colaboración a partir de lo hecho. Allí radica la esperanza y, en no observarlo, la amenaza. Y esto tiene una arista concreta: el gran logro del desarrollo de la virtualidad -que permitió enfrentar la actual crisis- debe seguir siendo abordado como un instrumento que ayude a enfrentar las desigualdades y las vinculaciones con los territorios. En tanto esta valiosa herramienta se utilice para el robustecimiento de las universidades en sus localidades y permita extender las posibilidades del trabajo colaborativo y el enriquecimiento mutuo con instituciones de otras latitudes, lo local y lo global entrarán en un diálogo que sólo puede resultar productivo y enriquecedor.
Cualquier otra mirada, cualquier desvío hacia el camino de la competencia y la desconexión con las comunidades, nos conducirá a una amenaza cuyas consecuencias serán amargas. Nuestra acción, junto con la de muchos otros actores, demostró que la ciencia hecha en el territorio resulta fundamental para enfrentar con esperanza los problemas y las amenazas de las crisis ecológicas, económicas y sociales del futuro.
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